Federación de Republicanos (RPS)
Como cada año, Oviedo se ha engalanado para la entrega de los Premios Princesa de Asturias. El evento es todo un acto de magnanimidad de la monarquía, que usa a los asturianos y asturianas y su bucólica geografía como escenario para vender campechanía, cercanía y, sobre todo, vampirizar el prestigio de los premiados. Los fastos de estos premios tienen un presupuesto anual de casi siete millones de euros que salen, sobre todo, de dinero público y de donaciones de las empresas oligárquicas españolas, gracias a una ley de mecenazgo que beneficia fiscalmente a las compañías que patrocinan la gran cita anual de legitimación popular de los Borbones.
En la edición de este año, uno de los premios ha sido ni más ni menos que Joan Manuel Serrat, que lleva sin cantar desde 2022 y ha usado el homenaje para despedirse de su público. Aunque no lo parezca, el premio se lo ha entregado Serrat a la monarquía.
Los Premios Princesa de Asturias suponen que la monarquía se aprovecha del prestigio social de los galardonados para premiarse a sí misma, para proyectarse a través del esfuerzo y méritos de los homenajeados e ir trabajando la buena prensa del heredero o heredera al trono. Y es aquí donde entra en juego Joan Manuel Serrat, que en 1968 se negó a ir a Eurovisión porque le negaron poder cantar en catalán.
56 años después, el cantautor catalán se ha prestado de forma acrítica a ser utilizado por la línea sucesoria del dictador, que es en realidad lo que significa políticamente la monarquía española. En un momento donde la monarquía goza cada vez de menos apoyo popular por su corrupción, Serrat ha usado todo su capital simbólico para regalárselo a la Familia Real. Eso sí, lo ha hecho con mucha poesía, haciendo un discurso precioso contra el neoliberalismo y mostrando su inconformidad con el mundo injusto en el que vivimos. Mucha poesía para endulzar demasiada porquería.
Joan Manuel Serrat se podría haber negado a aceptar un premio que entrega un jefe de Estado cuya legitimidad se basa en el nombramiento del dictador que le prohibió cantar en catalán en Eurovisión. Descartada la opción más valiente, al menos podría haber tenido en su discurso alguna crítica a la monarquía, a su corrupción o incluso a las revelaciones de Barbara Rey en las que deja entrever que el 23F fue un autogolpe de Estado del propio Juan Carlos de Borbón para hacer olvidar que su nombramiento provenía directamente del deseo de Franco y con ello hacer juancarlista a Felipe González y a las bases del PSOE.
Joan Manuel Serrat ha envejecido ideológicamente igual de mal que la progresía del 78, que rápidamente entendió que para ganar dinero, estatus y que se le abrieran las puertas de la Corte tenían que adaptarse a las imposiciones del postfranquismo. Escribo postfranquismo y no Transición porque en España no podremos hablar de Transición hasta que no nos dejen votar en referéndum sobre la Jefatura de Estado.
El discurso de Joan Manuel Serrat en la entrega de los Premios Princesa de Asturias fue precioso, pero de un símbolo como él se hubiera esperado mayor compromiso democrático. Joan Manuel Serrat, como otros ilustres progres del Régimen del 78, no tuvo ningún problema en firmar manifiestos en contra de un referéndum en Cataluña cuando el procés puso en jaque al régimen monárquico, pero está todavía por ver que se posicione abiertamente contra la institución heredera del franquismo.
Fuente: DiarioRed