miércoles, octubre 18, 2023

Sobre el Premio Planeta en "contra los influencers"

(Pre-Textos, 2023)

Pese a la creciente vigencia de los influencers literarios, el proceso por el que el escritor cobra relevancia comercial sólo al transformarse en una figura pública antecede a la consolidación del entorno electrónico. Esto representa un rasgo definitorio de la llamada Cultura de la Transición, pero también fue un fenómeno internacional, al que contribuyó la proliferación de las ferias y festivales literarios desde los noventa (como antes los dedicados al arte o a la cinematografía). En este devenir se aprecia el influjo del cine y la televisión, con el culto a las celebridades, el que se masificaría y normalizaría a través de internet en las últimas generaciones.



Tal aproximación supone concebir al lector fundamentalmente como público, consumidor y, por último, cliente: así, la literatura contemporánea sería un evento social o un espectáculo antes que una experiencia privada. El requisito primordial, desde esta perspectiva, estaría en la proyección del autor como personaje mediático. Es decir, en su capacidad para generar noticias o corrientes de opinión. Un importante indicio de este proceso en la sociedad española sería el mito construido alrededor de la familia Panero en la película "El desencanto" (1976) de Jaime Chávarri.


Dicho rasgo performático, que aúna la realización de un evento con la entronización de personalidades culturales, se aprecia claramente en el Premio Planeta y en el Premio Internacional de Poesía Loewe, dos de los certámenes emblemáticos del idioma, los mismos que han sentado un precedente para muchas otras organizaciones, que proliferaron durante el crecimiento económico (decenas de certámenes y ferias del libro a lo largo del territorio español). Esta conjunción de eventos y personajes resume convocatorias tan diversas como La noche de los libros, Cosmopoética y el Hay Festival. E incluso marca propuestas alejadas de lo corporativo, como las de la poesía escénica, sea a través del Slam Poetry, el circuito de bares literarios o las diversas actividades en librerías. Desde la perspectiva mercantil de la gran industria editorial, pese al crecimiento demográfico, la lectura tradicional, reflexiva y solitaria, no parece ser suficiente sino alcanza estas plataformas.

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Como consecuencia, la mayoría de los editores intentan desenvolverse en un medio siempre en zozobra, creando colecciones alimenticias o buscando hacerse parte del sistema de premios (con una relativa pérdida de autonomía). Resulta curioso que dicha fórmula, en la que la publicidad se mezcla con una simulación del prestigio, se haya consolidado hasta el punto de ser imitada por Círculo Rojo, la empresa de autoedición más exitosa (once mil autores publicados), que organiza una gala para sus autores inspirada en los fastos del Premio Planeta y el Oscar.


De algún modo resulta esclarecedor que el modelo de una empresa de autoedición sea el de los grandes eventos literarios, pues indica que ese tipo de autor es el que predomina en el imaginario de los lectores masivos. En otros términos, los escritores, para el consumidor que conforma el mainstream, serían individuos que, ante todo, proporcionan entretenimiento, sea a través de sus obras o en el seguimiento de su desempeño como figuras públicas, incluso como celebridades dignas de honores y reconocimiento. Así, esta mezcla de admiración y simpatía se expresaría de acuerdo a sectores generacionales, por lo que habría cierta necesidad por conocer el último libro de Javier Marías, Manuel Vilas o Ana Iris Simón.


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De este modo, en distintos planos, se impone el concepto de edición anglosajona, con una creación supervisada, e incluso diseñada, por editores tecnócratas, cuyo énfasis mercantil prescinde de la autoría intelectual y artísticamente independiente. Esto ilustra también el ocaso de la modernidad literaria (desde finales del siglo XX): del privilegio de la expresión de una subjetividad individual se pasa al diseño y la producción de una subjetividad colectiva, aquella que responde a la aceptación de las mayorías y conforma el mainstream.


En consecuencia, la raíz del problema está en cómo se ha concebido e implementado el negocio editorial durante décadas, un proceso en el que la institucionalidad cultural destaca por carecer de una reflexión sobre el paso al entorno postindustrial globalizado. Es decir, no ha existido una auténtica modernización propuesta de ningún tipo que reivindique la relevancia de cada agente dentro de la estructura del sector (autor, editor, distribuidor y librero), lo que ha desprotegido a quienes promueven la calidad literaria (de allí la exaltación, la promoción y la protección de lo que antes sería apenas subliteratura).










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