sábado, noviembre 04, 2006

Atardecer sobre la emocion y la memoria

Por J. A. Labordeta
Eran los años todavía duros del final del franquismo cuando me preparaba para cantar en el gimnasio de un Instituto de una localidad periférica de Barcelona. Uno de los organizadores me pidió si tendría inconveniente en que abriera el recital un chico andaluz, muy joven, recién llegado de Francia, y que quería ser cantautor.Accedí muy gustoso y descubrí, con la emoción con la que uno puede descubrir una piedra preciosa, la voz emblemática de ese hombre que se llama Carlos Cano y que a mí, y a toda una generación, nos descubrió una Andalucía ignota, reivindicativa, solidaria, lírica, épica y divertida.

Y desde ese día nos convertimos en amigos y nunca, a pesar de haber transcurrido años y años, nos hemos olvidado el uno del otro.Hemos trajinado la geografía española en recitales solidarios, en solidaridades excepcionales y nos hemos emocionado, ambos dos, cuando el Palacio de Deportes de Madrid se venía abajo en un acto de solidaridad pidiendo vitaminas para Cuba. Y precisamente de ese país venía emocionado cuando, hace menos de una semana, estuve con él y con Imanol en la presentación del último disco del cantante vasco.

Lo vi alegre, esperanzado de su trabajo con los niños cubanos, crítico con los "policías de allí" -nunca se llevó bien con ese cuerpo- y lleno de fuerzas para arebatarle a la vida lo que esta quiso arrebatarle.Y ahora cuando sobre mi persona me sacude un mazazo terrible, rememoro las tantas veces que, como espectador, he gozado con ese gusto interpretativo que Calos tiene lo mismo para cantar habaneras, que reivindicativas banderas, que nostalgias de currelantes, o embeberse con las Madres de Mayo en ese grito sustancial de los desaparecidos.

Desde siempre Carlos Cano era un artista fijo en las fiestas del Pilar en Zaragoza y siempre, después de la actuación, nos acercábamos a algún restaurante próximo al lugar de su actuación y durante unas buenas horas hacíamos repaso de nuestras vidas, de nuestros amigos -siempre salía Ovidi Montllor en la memoria -y, cómo no , hablábamos de su corazón, de la fuerza que había recuperado -lo puedo asegurar viéndole en el escenario -y los caminos que quería recorrer.Cuando escribo esto escucho, en el secreto silencio de un corazón acongojado, ese dúo que entonaron entre Imanol y Carlos cantando un hermoso soneto de Lope de Vega.

Todo rezumó tanta emoción que los colegas que andábamos por allí sentimos ese pellizco que dicen que lo da un ángel secreto cuando el duende se adueña del ambiente. Ahora espero y escucho, en lo mas íntimo de mi cerebro, la voz de Carlos, me la sé de memoria, interpretando cualquiera de sus emocionantes canciones o quizás una de esas coplas a las que él, un andaluz de cuerpo entero, sabe ponerle el puento justo sobre la diminuta.

Atardece, dicen, sobre la emoción y la memoria mientras la esperanza se esconde en los últimos rincones de nuestros ojos: Mañana, Carlos, debería volver a cantar con sus niños cubanos esas maravillas que trabajó con ellos allí, en la Habana que, como el dice, es Cádiz pero con más negritos. Nunca la voz de los poetas puede perderse, olvidarse. Y está, en esta mañana dura y agreste, en el corazón y la memoria de todos los que somos sus amigos.

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