Como se conoce, este año se celebra el 170 aniversario del natalicio de José Martí, el más universal de los cubanos, que sentenció con mucha veracidad: «Los niños son la esperanza del mundo». Hoy aprecié a Martí a través de los ojos de la infancia en un acto de homenaje al Héroe Nacional en el parque del municipio villaclareño de Camajuaní. Cuando llegué, estaban organizadas las sillas, los micrófonos, las flores dispuestas alrededor de una columna coronada con el busto de José Martí. Cuando observé a mi alrededor, vi que las escuelas del municipio rodearon la plaza de su patria chica de mesas con dibujos, recortes de fotos y libros. Se precipitó mi curiosidad, pues recordé mi propia niñez.
Cuando nosotros, los de la generación del 90, éramos niños, existía la costumbre de las Paradas Martianas. Allí me disfracé de Pilar y de la bailarina española. También estaba la tradición de estas mesas con objetos relacionados con la vida y la obra de Martí. Yo recuerdo que estos fueron mis primeros pasos hacia la admiración a la personalidad del Apóstol. Tal vez, por ello me alegré cuando, después de 20 años que dejé de ser niña, pude observar que se mantiene una bonita tradición que cala profundo en los niños cubanos, cuando de honrar y admirar a José Martí hablamos.
La niña que llevo dentro me escabulló del acto un momento y en solitario aprecié lo expuesto: imágenes de los cuentos de La Edad de Oro; fotos de José Martí con su hijo Ismaelillo, con María Mantilla; dibujos de los niños con las técnicas que nos enseñan en la primaria —dibujar con temperas y conformar un retrato con recortes de papeles de colores. Tropecé en una de las mesas con los resultados del concurso «Leer a Martí» y recordé mi participación en ese concurso con un articulillo sobre los «Tres Héroes», mi texto preferido de La Edad de Oro.
También se exponían varios libros. No podía faltar La Edad de Oro, en sus varias ediciones, y la mejor biografía que, para mí, se ha escrito sobre el héroe: Martí, el Apóstol, de Jorge Mañach. Sonreí al ver Yo conocí a Martí, una selección de Carmen Suárez, pues fue el primer libro que leí sobre la búsqueda de la persona que fue Martí a través de quienes lo conocieron y lo recordaban. No olvidé, después de tantos años, la descripción de Enrique Collazo:
«Era Martí pequeño de cuerpo delgado; tenía en su ser encarnado el movimiento, era vario y grande su talento, veía pronto y alcanzaba mucho su cerebro; fino por temperamento, luchador inteligente y tenaz que había viajado mucho, conocía el mundo y los hombres; siendo excesivamente irascible y absolutista, dominaba siempre su carácter, convirtiéndose en un hombre amable, cariñoso, atento, dispuesto siempre a sufrir por los demás, apoyo del débil, maestro del ignorante, protector y padre generoso de los que sufrían; aristócrata por sus gustos, hábitos y costumbres, llevó su democracia hasta el límite, dominaba su carácter de tal modo, que sus sentimientos y sus hechos estaban muchas veces en contraposición; apóstol de la redención de la patria, logró su objeto».
Años después encontré este otro libro —también visible en la exposición camajuanense—: El Martí que yo conocí, de Blanche Zacharie de Baralt, un libro de gran delicadeza y sensibilidad. Si se desea conocer a un Martí humano, se debe leer este texto, escrito por la esposa de Luis Baralt, amigo del Apóstol en Nueva York. Ella declara sobre Martí:
«(…) Le encantaba escribir —no solo sus trabajos literarios, muchas veces, por desventura, trabajos forzados—; se deleitaba hasta en escribir breves esquelas a sus amigos, para comunicarles una noticia, o para agradecerles un insignificante favor.
«La pluma en su mano, fina y nerviosa, era un atributo que parecía formar parte de su propio ser.
«(…) Los pintores y escultores de hoy que quieren reproducir la imagen del Apóstol deberían estudiar detenidamente aquel retrato (se refiere al de Herman Norman) que tiene el sello de su espíritu, su carácter esencial. Los artistas que nos lo muestran encorvado, desaliñado, no han comprendido, en absoluto, el personaje, que era lo que los americanos llaman un live wire, un alambre vivo, alerta, erguido, cuidadosamente vestido, aunque a veces, con pobreza (…) pero era, sobre todo, su actitud interior que se transparentaba en su apariencia física».
Estos textos nos invitan a leer la obra martiana, para conocer por nosotros mismos a José Martí en las diferentes aristas de su pensamiento: literario, artístico, social, político, militar, entre otros. En las Obras Completas podemos encontrar una visión más personal del Héroe Nacional en su epistolario y en las cartas rítmicas, a las que se refiere Blanche Zacharie, como esta a Juan Bonilla:
Juan amigo, y mi señor,
No ha podido usted hacer
Cosa a sus años mejor
Que tomar dueña y mujer.
Dos cosas son en verdad
Las prendas de la salud:
En el pensar, libertad;
En amor, esclavitud.
Con la rodilla rendida,
Bese en mi nombre la mano
A la que alegra la vida
De un caballero cubano.
Muy pronto voy a ir a ver
—Cuando ande menos al vuelo—
A los que van a saber
De qué color es el cielo.
También se encuentra esta carta rítmica a Néstor Ponce de León, del 21 de octubre de 1889, donde de esta manera poética y tan peculiar, explica —en la temprana fecha de 1889— el sueño de su proyecto político para la patria:
«(…) Miente como un zascandil
El que diga que me oyó
Por no pensar como yo
Llamar a un cubano “vil”.
(…) En la patria de mi amor
Quisiera yo ver nacer
El pueblo que puede ser,
Sin odios y sin color.
(…) Si es uno el honor, los modos
Varios se habrán de juntar:
¡Con todos se ha de fundar,
Para el bienestar de todos!»
Acaso recordé estas rimas porque vi el tomo sobre poesía de las Obras Completas martianas con los otros libros ya mencionados en esta mesa, y por la otra, me encuentro con las Cartas a María Mantilla, recuerdo a la bibliotecaria de mi primaria cuando nos las leía. El silencio irrumpe mis pensamientos, alzo la vista y veo a los presentes sentándose frente al busto de Martí. Yo, disciplinadamente, tomo asiento, cantamos el Himno Nacional, se recita poesía y se canta a Martí, se entregan diplomas y el acto termina. Me dispongo a marcharme.
Tal fue mi sorpresa cuando al terminar —al estilo de la generación de los 90—, la fría muestra de objetos relacionados con el Apóstol se convierte en vivas exposiciones de los niños que han recopilado los libros, imágenes... y han confeccionado los dibujos sobre Martí. En la primera mesa, los niños, a viva voz, leen frases y aforismos del Apóstol. Los jóvenes que estaban al frente de la actividad —dirigentes de la Juventud Comunista y del Movimiento Juvenil Martiano— les preguntan por sus cuentos preferidos de La Edad de Oro; unos responden que Bebé y el señor Don Pomposo, otros que La muñeca negra, aquel que Los dos príncipes. De inmediato, yo recordé el mío: Meñique.
Entre todos los niños, me impresionó un trigueñito que respondió por su cuento preferido a El camarón encantado, y enseguida habló con pasión y conocimiento sobre El presidio político en Cuba. Explicó la historia de Lino, el niño de 12 años, y habló de que Martí arrastraba una bola de hierro en el pie porque estuvo preso por los españoles en las canteras de San Lázaro. A mi niño me le cortaron la inspiración, diciéndole que estaba leyendo adelantado a su edad. Yo me le acerqué como si le dijera un secreto, le conté que de los eslabones de ese grillete, Martí tenía un anillo, y en él tallada la palabra Cuba, y que desde esa corta edad —y unido a la injusticia del fusilamiento de los estudiantes de Medicina— había decidido libertar a la patria del yugo español. Me despedí de él pidiéndole que no dejara de leer sobre Martí. Él me sonrió.
En la última de las exposiciones recitaron La bailarina española, La perla de la mora, un fragmento de La muñeca negra. Los niños camajuanenses terminaron su exposición diciendo a coro: José Martí. El presidente de la FEEM, muy ingenioso —mesa por mesa—, les pedía que dijeran José Martí para tomarles una foto, y los niños gritaban a coro: José Martí. Volvían a repetir su nombre por otro grupo de niños, uno tras otro. Y el nombre del más universal de los cubanos se escucha alto y repetidamente entre los infantes cubanos. Y en cada rincón de la Isla vive —porque se le recuerda— José Martí.
P.D.: Con la certeza de que este tipo de actividad se hace a lo largo del país, me llené de esperanza y seguridad de que, a los 170 años de su natalicio, no desaparece la huella del Apóstol de la independencia cubana. Con el mismo propósito de no olvidar lo que representa Martí para Cuba, incito a la lectura y sugiero estos textos:
•La obra martiana compilada en los 26 tomos de las Obras Completas de José Martí, una opción más elaborada en su edición crítica.
•Martí, el Apóstol, de Jorge Mañach
•Yo conocí a Martí, de la compiladora Carmen Suárez
•El Martí que yo conocí, de Blanche Zacharie de Baralt
••El hombre Martí, de Mary Cruz
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