miércoles, diciembre 24, 2025

Plácido: el clásico navideño que burló la censura franquista y expuso la doble moral cristiana


Una comedia coral de Berlanga y Azcona que convirtió la caridad en espectáculo y dejó un retrato social que sigue vigente

Luis Abascal/El plural

20/12/2025 - 07:54

Escena de Plácido, el filme navideño de Berlanga.

En Plácido (1961), la música no actúa como “decorado navideño” sino que sirve para tensar el contraste entre el ambiente festivo y el engranaje social que la película pone en marcha. Entre villancicos, retransmisiones y ruido de calle, Berlanga construye una Nochebuena donde la caridad se vuelve performance pública, y el protagonista —un trabajador precario con un motocarro que no puede pagar— queda atrapado en una carrera contrarreloj.

Un dato que condensa la relación con la censura: el título original previsto —vinculado directamente al lema de la campaña— no prosperó, y el filme acabó estrenándose como Plácido (tomando el nombre del protagonista). El argumento se mantuvo; el rótulo, no.

El contexto: cine, industria y época

España, 1961: el cine vive bajo el sistema de censura, y Berlanga ya llegaba “marcado” por problemas previos con los recortes oficiales. En ese marco, Plácido se apoya en una campaña de caridad navideña (“Siente un pobre a su mesa”) que el propio régimen había impulsado, y la convierte en argumento. Una ciudad de provincias organiza un gran evento benéfico con desfile, patrocinio y presencia de “artistas” llegados de Madrid. El resultado es una radiografía de cómo la solidaridad se convierte en escaparate y la doble moral cristiana una justificación para sentirnos bien.

La película fue la primera colaboración de Berlanga con Rafael Azcona, un tándem decisivo en el cine español. El guion plantea un mecanismo simple y demoledor ya que la campaña navideña necesita un “operario” que lleve la estrella y empuje la logística del acto. Ese operario es Plácido (Cassen), que esa misma noche debe pagar la primera letra del motocarro con el que se gana la vida. Mientras los organizadores buscan quedar bien, Plácido encadena recados, esperas, gestiones y humillaciones con el tiempo en contra. Un hombre de clase obrera, bueno y humilde, que debe lidiar con personajes egoistas que exponen al público esa doble moral anteriormente citada. 

Hay un elemento especialmente recordado: el villancico final, que generó comentarios y polémica desde el estreno por su tono sombrío y su remate verbal. Más que “final feliz”, deja una última vibración incómoda:

′Madre en la puerta hay un niño,

mas hermoso que el sol bello.

Tiritando está de frío,

porque viene casi en cueros.

Pues dile que entre y se calentará,

porque en esta tierra

ya no hay caridad,

ni nunca la ha habido,

ni nunca la habrá.′′

Recepción, premios y legado

Plácido fue candidata al Oscar a mejor película de habla no inglesa en la 34.ª edición (correspondiente a películas de 1961) y finalmente perdió frente a Como en un espejo de Ingmar Bergman.

En España, obtuvo reconocimientos como las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos (incluyendo premios principales) y premios en el circuito nacional, consolidándose pronto como un título mayor de su director.

Una de las claves de su permanencia es que Plácido no necesita explicar su tesis. La idea de la solidaridad convertida en evento —patrocinado, retransmitido, con celebridades y foto final— es perfectamente reconocible hoy, aunque cambien los formatos y las pantallas. Y su manera de contar (coral, ruidosa, con ritmo de “trámites” y urgencias) se sigue estudiando como marca de estilo.

Estrenada en 1961, Plácido logró colar bajo la censura una sátira social construida con precisión. Una Nochebuena “benéfica” donde la caridad se exhibe y el pobre se gestiona como atrezzo. El cambio de título, la alianza Berlanga–Azcona y su recorrido internacional (incluida la nominación al Oscar) explican por qué se convirtió en clásico. Pero lo que la mantiene viva es su dispositivo. Música navideña, ruido coral y un protagonista que corre para sobrevivir mientras los demás corren para aparentar.


domingo, diciembre 21, 2025

Andalucía, 25 años después de Carlos Cano (I)

 

Carlos Cano.

Juan José Téllez

19 de diciembre de 2025 06:01 h

4

“Me encuentro bien”, dijo Carlos en la madrugada del 19 de diciembre del año 2000. Segundos después, a las 5:30 moría por una parada cardíaca: “Se le ha roto el único trozo de arteria que quedaba suyo, y se ha roto en un sitio terrible”, comunicó el doctor Juan Miguel Torres, jefe de la Unidad de Críticos del hospital de Granada.

Veinticinco años ha pasado desde que Jose Carlos Cano Fernández (28 de enero de 1946-19 de diciembre de 2000) no volviera a nacer en Nueva York, provincia de Granada. “Para mí, no son 25 años sin Carlos porque sigue cada vez más vivo en mi memoria”, asegura Fernando González Lucini, su primer biógrafo, en aquel libro que publicara Ediciones Júcar, en 1983. Pero también su mentor, el compañero de viaje que le presentara a Lluis Llach, quien a su vez le recomendó que oyese a Paolo Conte, para crear su versión de “Un helado de limón” y con quien se subió por última vez al escenario.

“Ya sabes que por encima de todo nos unió una gran amistad y complicidad”, recuerda González Lucini de su viejo amigo.Se acababa de callar aquel día una de las voces icónicas de la historia de Andalucía, la Violeta Parra andaluza como le quiso Antonio Ramos, el catecismo andalucista, como ahora le recuerda Javier Aroca. Pero fue mucho más: cantautor y poeta, que encontró la salida de Granada por las estrellas, hacia la Argentina de las Madres Locas, rumbo al Sáhara de las tres tomas hernandianas del té verde –la de la vida, la del amor, la de la muerte--, al Portugal de Amalia Rodrigues y de José Saramago, a la Cuba de los niños y a la Europa donde la argelina Leila resiste al yihadismo y al neofascismo y en donde un hombre mutilado en Srbrenica sueña probablemente todavía que sus miembros crecen como una utopía perdida.

Hacia el cementerio granadino de San José, un 20 de diciembre, caminaba Enrique Morente, cuya voz alentaba en las estrías de su primer LP, “A duras penas”, en donde también clamaba por la tierra, ah, tierra, pon tu cuerpo a tierra, aquel poema a compás de su amigo gitano y poeta José Heredia Maya. Allí, en esa cumbre desabrida del camposanto, se escucharon las palabras laicas y verdiblancas del escolapio andalucista Enrique Iniesta, poco antes de que despojaran a su féretro de la bandera andaluza que lo envolvía para que las llamas no la quemasen junto al cuero sin vida de su viejo cantor.

Hacía frío, mi que polla, mientras iban bajando sus deudos hacia el agua eterna del Generalife: Jose Antonio Labordeta o Jesús Quintero, Félix Bayón con su corazón también en vilo y, por supuesto, Alicia Sánchez, la mujer con la compartió vida y sus dos hijas, Amaranta y Paloma, pero también Eva Sánchez, con quien alentó la pasión y a su hijo Pablo que ahora va a echar a rodar también su primer disco, “Flor de Habaneras”.

Un cantautor con mala follá

En la despedida de Carlos Cano, en un discreto silencio, también se encontraba otro de los principales referentes de Granada, Miguel Ríos, cuya Fundación acaba de tributarle un homenaje en el vigésimo quinto aniversario de su muerte: “No tuvimos mucho trato, pero lo tuvimos –relata ahora el rockero granadino--. Un día me contó el chite que Luis Rosales contaba sobre el culmen de la malafollá, que era el diálogo de un gorrión que estaba en un cable de El Salón y se le acercó otro y le dice, ”pío“. A lo que el primero, contesta, ”pos pío“.

Su malafollá, según recuerda su hija Paloma, era paradójicamente alegre. Creció con esa pulsión en defensa propia que gastan los granadinos consigo mismos. Nieto de un fusilado por la dictadura franquista y de una viuda que le canturreaba Chiclanera u Ojos verdes, en una casa gobernada por mujeres poderosas y golpeadas por el instinto de supervivencia, como su propia madre.

De allí, Carlos recordaba los juegos infantiles del Realejo, la alacena de las monjas de Santa Clara, el cine donde soñaba con ser un leñador canadiense con camisa a cuadros y las aulas en las que alguna vez tuvo la ocurrencia de aprender artes decorativas: “Yo lo conocí cuando estábamos estudiando. El compartía escuela con mi hermana Carmen, creo que hacía decoración”, evoca ahora la periodista y traductora y mucho más, Pilar del Rio, granadina lisboeta o sevillana.

De la mano de Juan de Loxa, descubrió la poesía y la canción, en aquella hermosa turbamulta de versos entrecruzados de Poesía 70, por donde transitaban Joaquín Sabina, Justo Navarro, Fanny Rubio, Antonio Carvajal, José Carlos Rosales o Luis Eduardo Aute, bajo la voz catedralicia de Elodia Campra. Y el Manifiesto Canción del Sur, uno de nuestros mayos del 68: Ángel Luis Luque, Enrique Moratalla, Esteban Valdivieso o, por supuesto, Antonio Mata, o un jovencísimo Raúl Alcóver.

“Los orígenes de poeta son buenos para un cantautor”, rezaba Carlos Cano, quien entre letras alusivas a los albañiles muertos en la huelga de la construcción de 1970, ponía acordes a un poema de Fernando Pessoa, antes de que José María Álvarez le enseñara, en la mili, que existía Constantino Cavafis y su poema “La ciudad”.

El catecismo andalucista

Poco después, descubriría el andalucismo, en una bandera verdiblanca que ondeaba en una manifestación por las paradójicas calles de Barcelona. Así, terminaría militando en la Asamblea Socialista de Andalucía, de la mano de Alejandro Rojas Marcos, Antonio Burgos, José Luis Ortiz Nuevo o su buen amigo Diego de los Santos, que le daría respaldo y cobijo en no pocas ocasiones:  “Cuando estuve en la casa de Blas Infante, investigando, leyendo…-- acota su hija, Paloma Cano--, averigüé que fue a pedirle a Mari Ángeles, a la hija de Blas Infante, la partitura del Himno de Andalucía, para ver a qué sonaba. Y la grabó”.

Javier Aroca: "Se acabe el paro y haya trabajo, escuela gratis, medicina y hospital, pan y alegría nunca nos falten, que vuelvan pronto los emigrantes, haya cultura y prosperidad”. Esto, de cabo a rabo, lo podemos firmar otra vez hoy"

“En el baúl del 4D, hay todavía un microsurco de Carlos Cano, en el que canta La Murga de los Currelantes: ”Se acabe el paro y haya trabajo, escuela gratis, medicina y hospital, pan y alegría nunca nos falten, que vuelvan pronto los emigrantes, haya cultura y prosperidad“. Esto, de cabo a rabo, lo podemos firmar otra vez hoy, es la canción de hoy”, afirma ahora Javier Aroca, que también formó parte de aquella conjura meridional.

Por aquel entonces, Carlos Cano no había grabado siquiera su primer disco: “Carlos era uno más, él llegó a Sevilla, no era una estrella que la adorásemos como estrella, era un artista en la misma línea coincidencia con el andalucismo, No era el Partido Andalucista, ni siquiera el PSA, era ASA, y él fue también el autor de la letra que decía ´aquí están los socialistas, los de la manita abierta´. Carlos tenía la habilidad de ir cantando lo que todos pensábamos y a lo mejor no éramos capaces de expresar en un mitin o en una declaración política”.

Continúa Aroca: “Carlos era el catecismo cantado del andalucismo. Hay un disco de una grabación de estas que están dando vueltas por internet, que cantaba Carlos en un pueblo de Las Alpujarras y nosotros nos preguntábamos: ”Y ahora, ¿quién va a dar un mitin aquí, si él lo ha dado ya con una canción?“. Hoy sería el catecismo del andalucismo pero de lo andaluz, sin ismos, del andaluz progresista, que estamos en una situación deleznable con este gobierno autonómico y con la inanidad del socialismo. Conforme fue pasando el tiempo y se fue consagrando, Carlos te provocaba la emoción de los sentimientos visibles pero también la jondura. No sólo somos andalucistas y él tampoco era tan sólo andalucista. En sus canciones estaba el drama de la emigración y de los inmigrantes, o de los fronterizos como María la Portuguesa. Era la simbiosis de lo que muchos queríamos, la del verso que dice ´de Ronda vengo, lo mío buscando´, el himno de todos nosotros. En Ronda, cantó la verdiblanca, durante la ceremonia de integración de las Juntas Liberalistas. Eso ha sido, la partitura artística del andalucismo, reivindicativa, todavía vigente. Se sabe todo el mundo la letra. En un momento determinado, andalucismo y Andalucía, ideología y pueblo o nación, se confundieron. Ahora Juanma Moreno dice que es andalucista, los andalucistas de nuevo cuño, entre ellos los del PSOE, nos machacaron, nos decían que éramos de derechas. Me apunté a ASA porque creíamos que el PSOE era de derechas. Carlos, también”.

La Murga de los Currelantes le abrió las puertas de Cádiz, al son de los carnavales recuperados por la democracia y el coro de Los Dedócratas cantando: “Aquí no pasa ná, esto es un cachondeo, porque todos los cargos y nombramientos lo han dado a deo”.

Allí, al término de sus días, Fernando Quiñones le recibió en su casa, junto con su hijo Pablo y con Eva Sánchez, a través de un pasillo trufado de granadas. Entre Cádiz y Granada, Carlos Cano, en gran medida, hizo el viaje sentimental inverso al de Manuel de Falla. Pablo Coca, en el documental “El mapa de Carlos Cano”, trazó la geografía humana del cantautor: “Granada, la ciudad que la vio nacer, que fue su refugio, donde pasó de poeta a cantautor, el sitio donde siempre volvía. Sevilla, que fue un reto para él, donde conoció el campo y la ciudad, el movimiento jornalero, a Diamantino García, toda la sierra Sur. Yo, en el documental, metí en Sevilla a la copla. Le quitó la caspa franquista y la dignificó. Cádiz, donde cantó sus penas con alegrías, le metió el ritmo carnavalero. La gente piensa que era de Cádiz, lo nombraron hijo adoptivo y le dedicó todo tipo de canciones: los astilleros, la base de Rota”.

Pero, luego, Pablo Coca sigue viaje hasta Nueva York,“ donde volvía a nacer con la operación que le hizo Valentín Fuster. Se lo iban a traer en una caja y Valentín, en el hospital de Monte Sinaí, le hizo vivir cinco años más. La Habana, para él, fue la Andalucía de ultramar, una ciudad que no se puede entender sin la música y donde hizo el proyecto ”Así cantan los niños de Cuba“. 

Con las madres locas

La primera vez que Carlos Cano se dio cuenta de que el Guadalquivir, en realidad, desemboca en el Caribe o en Rio de la Plata, fue cuando desembarcó en Argentina, en 1983, cuando había caído ya la Junta Militar arrollada por la Guerra de las Malvinas: “Viajamos allí, muy poco tiempo después de restablecida la democracia –recuerda Tato Rebora, el argentino exiliado en ”La Tertulia“--. Fuimos una embajada cultural, bajo el título de ´Granada en Buenos Aires, un brindis por la democracia´, organizado por el comité iberoamericano de solidaridad, que se reunía semanalmente en La Tertulia. Fuimos Carlos con sus músicas, Luis García Montero, Antonio Jiménez Millán, algunos periodistas y un grupo de gente que fue acompañando, llegando a casi sesenta personas en su mayoría granadinos. Allí se hicieron recitales de poesía, mesas redondas, una exposición sobre la visita de Rafael Alberti y tuvo un momento clave”.

Rébora recuerda “el recital que hizo Carlos en el auditorio de Buenos Aires, y tenía como cierre y leit motiv la interpretación del Tango de las Madres Locas, una canción controvertida porque a gran parte de la izquierda argentina, muy nacionalista, no le gustaba escuchar aquello de con Malvinas o sin Malvinas. Pero para mi, es lo mejor que se ha hecho en relación a las Malvinas, desde la izquierda, de ahí que tantas veces he inducido a que se interprete tanto en Argentina como en el Festival de Tango de Granada. Allí estaban, en primera fila, las madres de la Plaza de Mayo, que al terminar la canción agitando sus pañuelos”.

´Mira, Rébora, hemos recibido una llamada con una amenaza de bomba si Carlos canta aquí el Tango de las Madres Locas. Carlos no lo dudó: “Si no se canta El tango de las madres locas, no voy a cantar nada”, cuenta Tato Rébora

“El día anterior me llamó el director del hotel, diciéndome que había recibido una llamada telefónica de un grupo parapolicial, que si ese recital se hacía iban a generar un atentado. Con la osadía de la edad, planteé a amigos de grupos de izquierda que se formara un grupo de autodefensa, para protegernos. No ocurrió nada. Al día siguiente, habíamos conseguido que Carlos Cano cantase quizá en la televisión de mayor audiencia de Argentina. Cuando llegamos, el director del programa me llamó: ´Mira, Rébora, hemos recibido una llamada con una amenaza de bomba si Carlos canta aquí el Tango de las Madres Locas. Carlos no lo dudó: ”Si no se canta El tango de las madres locas, no voy a cantar nada“. Con ese gesto, renunció a que su voz y su imagen fueran conocidas a nivel nacional, pero era lo que tenía que hacer”.

“Un Miguel de Molina, pero sin lunares”

Carlos contaba que en Buenos Aires, quiso conocer y saludar a Miguel de Molina, dormido entre rosas en una quinta a cuya puerta llamó al interfono: “Me respondió una voz, pero dijo que era el jardinero y que el señor no estaba en casa. Yo creo que era él, que no quería verme, que no quería ver a nadie”, refería Cano.

Con su amigo Antonio Burgos, no sólo ingenió las Habaneras –la de Cádiz, la de Sevilla, la habanera imposible de Granada--, sino que reivindicó la copla, que no era canción. Ni española, sino andaluza, como iba a rezar inicialmente en su estribillo: “Aparte de sus composiciones propias de poética, de belleza y compromiso, bien celebradas, como coplero, abrió una nueva varilla en el abanico de la copla –opina Maribel Quiñones, Martirio--. Enriqueciéndola con otra lectura. Hizo unas versiones sobrias, profundas, sentidas, a lo Jacques Brel, mezcladas con una forma nueva de cantarla que también tiene que ver con Miguel de Molina, pero sin lunares”.

Martirio: “Hizo la copla para aún más oyentes amantes del género, que a través de él, la veían en otro espacio, asumiendo su memoria emocional. Sin los achaques del prejuicio de banda sonora del franquismo"

“Hizo la copla para aún más oyentes amantes del género, que a través de él, la veían en otro espacio, asumiendo su memoria emocional. Sin los achaques del prejuicio de banda sonora del franquismo (es sabido que las dictaduras quieren apropiarse de las músicas populares)... Aportando una personalidad y una visión única de sus versos. Un ámbito nuevo donde la historia de siempre cobraba otra dimensión. Fue el artista que escribió las coplas clásicas más modernas. Rezumaba la mezcla de culturas enriquecedoras y sin dislates del estómago sincrético andaluz. Un poeta comprometido y un artista esencial. Peculiar y único en nuestra cultura andaluza”, añade desde sus gafas oscuras y su peineta clara.

Otra de las copleras más heterodoxas de hoy, la cantante malagueña y gaditana Ana Alías, más conocida como Pasión Vega, llegó a dedicarle un disco de recreaciones de su repertorio, “Pasión por Cano”.

“Carlos Cano es el cantautor andaluz por excelencia –afirma--, una guía y un maestro para mí, la mezcla perfecta entre la ternura y el compromiso. Él se jugó la vida y la libertad por conseguir una vida diga para los andaluces y la justicia social fue su batalla porque su lucha era canción. Sin él, probablemente, hoy en día no concebiríamos la copla sin bata de cola y sin aspavientos, y no habríamos descubierto a los héroes silenciados como Ocaña, Miguel de Molina, ni las segundas oportunidades. Granada sin él no sería una rosa ni Cádiz sería la misma”.

Con Clara Montes, Carlos Cano ofreció un recital en el casino de Madrid. Sería su último concierto: “Me podría pasar horas contándote cosas. Para mi supuso un referente, yo creo que la música andaluza es antes y después de Carlos Cano. Hizo un trabajo increíble por revalorizar la música popular, desde fuera del flamenco, y por revalorizar la copla, la música andaluza por excelencia. Me he mirado mucho en su trabajo y sobre todo en su manera de estar como músico y artista y de defender la música popular, para poder aprender y parecerme en algo a él. La última vez que dio el último concierto conmigo –creo que después hizo una colaboración con Lluis Llach, pero un concierto entero, no--, me había dicho antes: ´Me gustaría hacer una gira contigo, un concierto a medias y probamos a ver´. Fue en el Casino de Madrid”, recuerda.

“Y luego nos fuimos, después del concierto, que estaba cansado decía y lo dejamos en la puerta del hotel a las siete de la mañana. Como decía que cantar daba mucha hambre, nos pasamos toda la noche hablando y comiendo albóndigas a las cuatro de la mañana y pasándolo increíble. Era maravilloso escucharlo, sobre todo por alguien tan joven como era yo y con tanto camino por aprender. Se me caía la baba, por su presencia, su forma de explicar las cosas. La primera vez que le llamé con 19 años, le avisé:´quiero ser cantante´. Y él:´¿Estás segura? Esto es un don y una cruz. Veo que eres una persona muy tímida y vas a sufrir mucho. Yo me fui hasta enfadada y no entendía por qué me decía eso. Con los años, si lo he entendido. Dejó un legado espectacular y la forma de estar ante la música, ante el público, su compromiso…”

  • comscoreLoad

Andalucía, 25 años después de Carlos Cano (y II):


un té verde por el Sáhara y un vinho verde por Portugal

Juan José Téllez

2

No había que ir al otro lado del Atlántico ni de cualquier frontera para que Carlos Cano abrazara cualquier causa justa. En Andalucía, se encontró con unos viejos rebeldes, los jornaleros, y con el Sindicato de Obreros del Campo, a cuyas reivindicaciones se sumó, de la mano de Diamantino García, aquel cura gigante, o de Diego Cañamero, o del ecopacifista Paco Casero, que llevó algunos ejemplares de “Crónicas granadinas” a Libia: “Tuve el placer, el honor de conocer a Carlos sobre mediado de los setenta, desde el primer momento se creó entre nosotros cariño, necesidad de compartir compromiso y amistad… que siempre la llevé de forma orgullosa, la fomentamos desde la cultura y la lucha jornalera por la dignidad de nuestra gente de pueblo, una posición como sociedad civil por considerar que era clave en la lucha por Andalucía”

Con otro sacerdote, José Chamizo de la Rubia, que sería luego Defensor del Pueblo en Andalucía, le llevó al principiar los 90 a conocer a otras madres, no tan distintas de las de Plaza de Mayo. En esta ocasión, se trataba de las Madres de los Pañuelos Verdes, que también salían a las calles del Campo de Gibraltar para preguntar dónde estaban sus hijos, desaparecidos bajo otra dictadura, la de la heroína: “Recuerdo que yo había quedado con Carmen Romero, que entonces era diputada por Cádiz y quería conocerlas”, refiere Chamizo.

“Ella había coincidido con Carlos en un acto en Madrid y le pidió que le acompañara a saludarlas. Nos vimos en el aula prefabricada de un colegio. Las madres, luchadoras como pocas, se mostraron sorprendidas y agradecidas por la presencia de Carlos Cano, a quien todas admiraban. Él estaba profundamente emocionado, especialmente al oír algunas de sus historias y como vivían sus hijos, presos como consecuencia de sus drogodependencias. Y Carlos, indignado, exclamó: ”¡Carmen, esto no puede ser!“. Ella se comprometió a intervenir a través de instituciones penitenciarias por la situación de los presos adictos. Y lo hizo”.

Un vaso de té verde

Desde allí, en días de levante, se contempla a menudo la costa africana y Marruecos, a cuya ciudad de Marrakech dedicó una canción inspirada en Eva Sánchez, pero también cerró filas con la causa saharaui, como recuerda Fernando Pieraita, a partir de su respaldo a la Fundación Al Hayat: “La relación de Carlos Cano con el pueblo saharaui fue una manifestación de su compromiso con la justicia y los derechos humanos. A través de su música, sus acciones y su activismo, dejó un legado de solidaridad que continúa siendo recordado y celebrado”.

"Adquirió el cortijo La Rehoya, en la Alpujarra granadina, para acoger a menores saharauis afectados por la guerra, insistiendo en que no se trataba de un gesto de caridad, sino de una acción" 

“En 1992, como presidente de la Fundación Al Hayat, adquirió el cortijo La Rehoya, en la Alpujarra granadina, para acoger a menores saharauis afectados por la guerra, insistiendo en que no se trataba de un gesto de caridad, sino de una acción ”por razones de vida, por la dignidad y los derechos humanos“. Apadrinó el primer Festival de Cultura y Artes Populares del Ministerio de Cultura saharaui y dedicó al Sáhara una de sus canciones más recordadas, Un vaso de té verde. Tras su fallecimiento en 2000, su compromiso fue reconocido en numerosos actos, como el homenaje póstumo celebrado durante la 27ª Conferencia Europea de Apoyo al Pueblo Saharaui en Sevilla (2001). Hoy, su voz y su mensaje resuenan en el desierto del Sáhara como símbolo de fraternidad, resistencia y esperanza”.

En efecto, el 19 de enero de 1996 Carlos Cano canta Un vaso de té verde, dedicado al pueblo saharaui, en «El programa de Carlos Herrera“, y en dicho programa el cantautor granadino les definió así: «Un pueblo de gente guapísima, que tienen mucha felicidad a pesar de la dureza de vida que llevan, los oyes hablar español y hablan andaluz todavía, una gente encantadora con los ojos como noche…»

«Un pueblo que habla de sueños, estrellas y esperanza, capaz de enhebrar una raíz en la arena y que salgan palmeras hermosísimas, de seres humanos, de felicidad, de búsqueda de sueños, de cariño, de que la gente te quiera y de amor a la tierra». 

El pueblo saharaui ha rendido homenaje a Carlos Cano con la presencia de su hija Amaranta en la XIX edición de ARTifariti, el 28 de octubre de 2025 y en este homenaje el sabio y humanista Ahmed Fadel “El Rubio” recordó la importancia de escuchar las canciones de Carlos Cano durante los años de lucha en el frente, cuando los guerrilleros saharauis se encontraban haciendo guardia entre las operaciones militares contra el ejército marroquí.

"Que me llamaran en primavera para hacerle un homenaje en los campos de refugiados del Sáhara, es de las cosas más hermosas que he podido vivir", dice su hija Amaranta

“Su defensa de los derechos humanos, está supervigente”, afirma Amaranta Cano: “Que me llamaran en primavera para hacerle un homenaje en los campos de refugiados del Sáhara es de las cosas más hermosas que he podido vivir. Son regalos que me han dejado esa vigencia. En los campamentos, es superquerido, lo siguen escuchando en la radio, estuve con sabios, con poetas, que lo escuchaban cuando estaban en la guerrilla, todavía veinticinco años después. La Granada Abierta se la dimos este año a la Plataforma palestina. En nombre de su memoria, sigue habiendo una relación con los derechos humanos y con la solidaridad”.

María la Portuguesa y el vinho verde

Carlos Cano creía que el Fado era un tango a 45 revoluciones por minuto. Y que él, en gran medida, era un periodista con guitarra. Así que una noticia de prensa le llevó a María la Portuguesa, que llegó a grabar con Amalia Rodrigues, un himno al amor frente a la muerte y a los sueños contra todo tipo de fronteras.

Él volvería a cruzar otras veces el Guadiana, para frecuentar en Lisboa –también lo hizo en Lanzarote— a su vieja amiga Pilar del Río y a su esposo, José Saramago: “Jose y Carlos estuvieron juntos muchas veces tanto en Lanzarote como en Lisboa –asegura Pilar--. Una de las veces que vino a ver a Amalia y ella iba a cantar. No pudimos ir al recital porque José en aquel momento estaba malito. Pero Carlos estuvo en casa. Hablaron mucho de música. Una vez, en Lanzarote, se llevó discos de José, de música brasileña, africana y portuguesa. ´Te prometo que los traigo aquí y te los devuelvo. Nunca más supimos de ellos, ja, ja… Se llevaron bien Jose y él. Les gustaba pasear, aunque José le aclarase, respecto a la letra de María la Portuguesa, que en el sur no se toma vinho verde: ´No te dejes llevar por tópicos que la realidad puede ser más fantasiosa y mejor', le recomendaba”.

“También recuerdo una comida interminable”, recuerda Del Río: “Él hablando de Cuba, que iba a hacer un disco con niños, en la que ambos expresaban y veían la situación de Cuba y Latinoamérica, de Argentina, de España y de Portugal. Tuvieron muchas conversaciones políticas. José no tenía sensibilidad andalucista pero si sabía de la importancia de la pluralidad cultural. Leyeron poemas juntos. Recuerdo que hablamos de realizar un encuentro con Chico Buarque, al que él creo que no conocía. O un recital, mano a mano, entre Carlos Cano y Carlo do Carmo, pero no se pudo hacer. Se habló muchas veces. Esa fue una frustración de Jose, porque nos hubiera dado mucha felicidad a los oyentes. Ambos ya han muerto. La película Maria la Portuguesa está teniendo un éxito a los dos lados de la raya. Nosotros, como Fundación, colaboramos y queremos hacer un gran estreno en Lisboa”.

Pilar recuerda que cuando vivía en Sevilla, Carlos solía quedarse en casa de Diego de los Santos y ella, con Amparo Rubiales, así que coincidían con frecuencia: “Ahora, la familia de Carlos es mi familia”, comenta a propósito de que su hermano Ángel es la pareja de Amaranta Cano, que esta semana ha sido la maestra de ceremonias del homenaje que, en Granada, ha tributado a su padre la Fundación Miguel Ríos.

Amaranta Cano: "Es muy emocionante sentir a mi padre en esos abrazos"

A Amaranta le consta que “sigue vivo, que sigue siendo muy querido”. “Cuando la gente se entera de quien soy, me quieren abrazar y eso es muy emocionante, sentir a mi padre en esos abrazos. Es una persona muy querida, dentro y fuera de Andalucía. Cuando he estado trabajando sobre él a nivel musical, dentro del mundo de los cantantes, también es muy apreciado, aunque sean de estilos diferentes. Su memoria va a seguir viva mientras se escuche su música. Está traspasando generaciones. Ahí están versiones como Maria la Portuguesa de Dani Martín, que la escuchaba de niño en el coche de sus padres. O el trabajo de investigación de David López Frías, el periodista que siguió el rastro de María la Portuguesa. Desde el punto de vista institucional, hay muchas cosas por hacer y se está intentando. Hay que reivindicarlo. Seguimos en la lucha, en las trincheras”.

El recuerdo, como flor de habanera

Pablo Cano, el hijo de Carlos y de Eva Sánchez, ha decidido subirse a escena con una guitarra. Está a punto de salir su primer disco, Flor de habanera, en la que han colaborado un sinfín de creadores, desde Pasión Vega a Miguel Poveda. Cuando su padre murió, él apenas tenía 4 años: “He intentado reconstruir su recuerdo con familia o con amigos. Para que sean míos propios. Se me vienen a la memoria, viajes con él y con mi madre a Cádiz o a Granada, o jugando con él en la casa de Espartinas”.

Hace poco, un fan le desbloqueó otro recuerdo dormido, el de una prueba de sonido en un teatro de Barcelona, cuando ensayaba para la función del Diván del Tamarit. Pero el mayor cordón umbilical que le une a su padre es una carta que le dejó como legado: “La carta, para mí, es una conversación con él. Todo el mundo me hablaba del Carlo Cano artista, hombre comprometido, amigo. Del Carlos Cano padre no tenía nada. Para mi ha sido una conversación recurrente con él y esa carta me ha servido para encontrar respuestas a mis preguntas, una forma de guiarme a lo largo de la vida con sus consejos más allá de los que me daba mi madre y la familia”.

Pablo Cano: "Hace falta una voz autorizada pues desde que él se fue hay pocas o ninguna en Andalucía que ponga los puntos sobre las íes, que levante la voz si hace falta"

“Falta que se hable de mi padre, más homenajes, ya no solo como músico sino como hombre comprometido. Hace falta una voz autorizada pues desde que él se fue hay pocas o ninguna en Andalucía que ponga los puntos sobre las íes, que levante la voz si hace falta. Es un trabajo que se debería de hacer. Yo, en la medida de lo posible lo hago. Han pasado 25 años, hay mucha gente que lo tiene muy presente y me hace muy feliz. El trabajo debe ser mayor, por parte del pueblo y de las instituciones”.

En su primer disco, Flor de habanera, la sombra de su padre está presente, pero él intenta que esté, como le gustaría a Carlos, su propia luz: “El disco nace de la carta, de los referentes compartidos, de los amigos suyos que ahora son amigos míos, de la gente en común, de las raíces. Tenemos que agarrarnos a nuestras convicciones, ser buenas personas pero sin dejarnos ningunear, tener presente el andalucismo. Está marcado por su forma de ver la vida, de batallar y de luchar. Es una forma también de recordarle”.

“Soltaba chispas energéticas”

También Paloma Cano, con Amaranta, las dos hijas que tuvo con Alicia Sánchez, recientemente fallecida, intenta rememorar al padre, aunque ella pudo disfrutar de él hasta el umbral de los veintipocos: “Tengo recuerdos de mucha admiración por él, de ir por la calle, con él y ver como la gente se paraba, que los niños se sorprendieran al verlo, aunque no le conocieran. Tenía una potencia, en sí mismo, aunque no supieras quién era. Soltaba chispas energéticas alrededor, impresionaba mucho. Añoro esas conversaciones con él, estar con él, era un tipo increíble. Una persona excepcional, que se fue superjoven, con 54 años, y que no la pude disfrutar más. Era un ser único, la verdad. Se me caía la baba. Ese trato, esa mala follá maravillosa que tenía, ese amor con mala follá, ese humor negro, esa ironía”, comenta Paloma.

Sus recuerdos, así lo dicen, son como un jarrón japonés roto, al que arreglan las grietas con oro: “Algo siento así, hay recuerdos que se mete ese oro dentro y lo que antes pensaba ya no lo pienso de esa forma y en otras partes, hay más oro todavía”.

Para ella, el recuerdo de su padre va indisolublemente unido al de su madre, Alicia Sánchez, a la que define como “la aorta central de nuestras vidas, incluso la suya, que la salvó”.

“Todo el tema de los valores que nos han inculcado entre ambos, siguen en mi: la familia, el amor, cuando estaba tanto tiempo fuera, volvía a casa, daba igual el día o la hora, nos sacaban del colegio para estar juntos, para irnos a comer juntos, para compartir familia. Mi padre cocinaba maravillosamente bien. Cuando falleció, encontramos algunos platos en el congelador. Lo descongelamos o le ponemos un marco. Se descongeló, se comió y se hizo lo que se tenía que hacer. Ese arte suyo lo ponía en cualquier lado, en una guitarra o en una sartén”.

Recuerda cuando se encerraba a componer en su cuarto y cuando les ofrecía en primicia sus grabaciones: “Cuando nos puso la de Verigüel Fandango, yo me meaba de risa: ´Papá, ¿esto que es?, ¡Esa guitarra eléctrica… Cuando me dicen tu padre es un cantante de copla, yo digo: tú no sabes quien es mi padre. Trasciende a todo, al blues, al jazz, a la música marroquí, a las nubas, era un gran estudioso”.

Paloma Cano: "Es increíble que, antes, la gente de izquierda y derecha hablaban, se iban a comer juntos. Ahora, parece que van con la escopeta cargada, andan de por medio las fakes news, la mentira… A mi padre no le hubiera gustado nada todo esto"

Cuando murió, ella tenía 21 años y tuvo tiempo de acompañarle como vendedora de merchandising: “Tengo una espina clavada, la de no haber podido tener una conversación más adulta con él”.

“Mi padre, al igual que han dicho ahora de Robe, que se ha muerto el último filósofo y gran poeta de Extremadura. Mi padre fue el gran filósofo y gran poeta de Andalucía. Hablaba de una manera tan bonita, tan tierna, tan coherente, que era algo excepcional. Es increíble que, antes, la gente de izquierda y derecha hablaban, se iban a comer juntos. Ahora, parece que van con la escopeta cargada, andan de por medio las fakes news, la mentira… A mi padre no le hubiera gustado nada todo esto. Que en esa situación se pudiera conversar aunque discutieran, sin tanta agresividad ni odio como hoy en día, me admira. El no hubiera comprendido lo de hoy”.

Le lastima que Andalucía o que la Junta no difundan este tipo de personalidades: “Me parece increíble que en Andalucía los políticos de turno no reconozcan a sus figuras como lo son. Quizá en otros países serían la hostia, la leche. Esta tierra, así, nunca va a tirar ná palante.  Esa medalla a título póstumo, qué pena, ¿no? Esas medallas al trabajo, a nivel estatal, nacional, de lo que sea, que también se dan a título póstumo, no la tiene. Sigue siendo una persona muy olvidada”.

Ella sabe que nunca se va a estudiar a Carlos Cano en los colegios pero que, al menos, en Granada, la gente que compone temas sociales, las de Granada Abierta, Abril para Vivir o, ahora, la Fundación Miguel Ríos, si le recuerdan: “Hoy creo que echo de menos a un Carlos Cano en una entrevista de radio con ese acento andaluz suyo, reivindicando a Palestina, las causas justas, con su amigo Paco Casero, con Diego de los Santos, con gente que le quiso tanto… una entrevista tela de bonita en la que pudiéramos entrar hasta sus hijos para decirle ”Papá, qué orgullosos nos sentimos de ti, qué bien lo estás haciendo“.