jueves, mayo 29, 2025

El silencio de Melody: cuando la voz artística se convierte en estrategia de marca


Melody durante la rueda de prensa ofrecida tras su paso por Eurovisión - José Oliva / Europa Press

María Teresa Felipe Sosa  

Cuando una artista con visibilidad internacional calla ante un crimen de esta magnitud, no es neutral: se convierte en engranaje del aparato que lo permite

28/05/25 |6:00

Por estos días, mientras el horror en Gaza sigue desangrando al pueblo palestino bajo la complicidad de gobiernos y medios, muchas voces en el ámbito cultural se alzan con claridad y valentía. Otras, sin embargo, optan por el silencio. Algunas por miedo; otras, por cálculo. Y hay quienes, como Melody, convierten ese silencio en una forma de posicionamiento estratégico. Lo visten de neutralidad, de profesionalismo o incluso de pureza artística, pero su raíz es profundamente política: no incomodar al poder.

Melody ha construido su imagen pública sobre una narrativa de empoderamiento femenino, de fuerza y autonomía. Pero esa fuerza desaparece cuando se trata de condenar el genocidio. “Lo mío es el arte, no la política”, dijo. Una frase que no solo es banal, sino que borra siglos de historia en los que el arte fue denuncia, resistencia y memoria colectiva. Esa separación entre arte y política no es inocente: es funcional al status quo.

La artista intentó justificar su silencio con un contrato que, según sus palabras, le impedía referirse a Israel o Gaza. Pero RTVE la desmintió: la cláusula prohibía referencias políticas en la canción, no en su voz pública. No fue censurada. Se autocensuró. Y no lo hizo por falta de libertad, sino por falta de coraje.

Y eso es aún más grave. Porque en medio de una masacre televisada, donde hospitales son arrasados, niños ejecutados y periodistas asesinados, callar no es mantenerse al margen: es legitimar al agresor. Es proteger la comodidad de la industria cultural por encima de cualquier responsabilidad ética. Cuando una artista con visibilidad internacional calla ante un crimen de esta magnitud, no es neutral: se convierte en engranaje del aparato que lo permite.

Mientras Melody silenciaba su conciencia, Johanes Pietsch, conocido como JJ; ganador del certamen, dijo con claridad: “Ojalá el año que viene Eurovisión se celebre sin Israel”. Su gesto no fue solo político, fue simbólico y humanista. Porque no hay neutralidad posible ante el genocidio. Y porque la voz que no se arriesga, no merece el escenario que ocupa.

El problema no es solo lo que Melody dijo, sino lo que eligió no decir. Lo vergonzoso no es la cláusula que leyó, sino el silencio que asumió. Lo obsceno no es el contrato, sino su lealtad al marketing por encima de la dignidad humana.

Cuando la industria cultural impone la autocensura como norma, cuando el mercado dicta los límites de la conciencia, el arte deja de ser refugio o rebeldía. Se convierte en espectáculo vacío. En brillo sin memoria. En mercancía anestésica.

Y entonces ya no estamos ante arte. Estamos ante marketing con estribillo

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